Camina tan de prisa que parece que corre, sus pies descalzos
apenas se ven en la penumbra. Para un momento, mira el cielo, intenta saber que
hora es, no tiene como saberlo de forma precisa, pero de tantas madrugadas en
pie sus ojos saben ver en ausencia de luz y
sabe que deben ser las cuatro de la mañana. Tiene frío, y mucho miedo,
aún no sabe hacia donde va, sólo sabe que decidió hacerlo y que esta caminando
con su niña pequeña entre los brazos y otra niña camina detrás como su sombra,
sin decir palabra, llora en silencio.
Camina entre los pastizales y parece que lo hace en un mar
que conoce bien pero que ahora le resulta terrible. Tiene el corazón destrozado
y en varios pedazos, solo ha podido cagar con dos de ellos, las otros tres
pedazos quedaron allá, en la choza, solas y llorando.
No aguanta más y sus
lágrimas salen sin poder detenerlas, ya no importa, ya está lo suficientemente
lejos, ya no la pueden escuchar, ya no importa.
Cuando se casó, era tan solo una niña, apenas había cumplido
los 15 años, y ahora ya tenía 22 y 5 hijas. La ilusión fue su constante
ausente, no se presentó antes y mucho menos después, pero tampoco pensó que
compartir la vida significaría lo que le toco vivir.
Ahora solo caminaba lo más rápido posible, la carga apenas
la sentía, su hija de brazos, un saco de manta con tres trapos viejos y la niña
que caminaba junto a ella en silencio, pero su corazón pesaba tanto por el
dolor que le costaba respirar. Su cuerpo ágil y delgado, parecía hecho de roca,
entonces era cuando deseaba ser como el viento y volar a donde el dolor y la
miseria no la alcanzasen, y en ese pensamiento sintió como todos sus músculos luchaban
para mantenerla en pie.
Se detuvo. Por un momento dudo. Miro hacia atrás y vio como
aquella choza cada vez era más pequeña, ya casi no la podía ver, no supo si eso
se debía a la oscuridad de la madrugada o la distancia, pero ya no importaba.
Por un momento cerro los ojos y sintió el viento entre su
cabello largo y negro, su vestido se movió al son de un fuerte viento que la
golpeo, eso le trajo un antiguo recuerdo de felicidad. Siguió inmóvil, apretó
suavemente la mano de la pequeña a sus pies y continuó caminado.
Él había dicho que volvería en 3 días, solo hacía 12 horas
que había marchado, debía aprovechar la oportunidad, no sabía cuando tendría
otra. No quiso coger el único caballo que tenían, pensó que ellas lo podían
ocupar y que no tenía derecho a arrebatarles más de lo que ya les arrebataba,
era suficiente con el desamparo.
Lo pensaba una y mil veces, esa misma noche no había podido
dormir, era algo que pensaba desde hacia un par de años, pero hasta ahora
encontró el momento y la fuerza.
De repente se detuvo, ya había amanecido, había caminado
casi 3 horas, y ya estaba segura donde estaba, ¿estaba libre acaso? quizás no,
y ¿algún día lo estará?, continúo caminando.
Las horas pasaron y era hora de parar, tenían hambre. Sabía
que muy cerca había un pequeño río donde podrían comer. Llegaron, ella puso el
saco en el suelo, sacó una manta raída, pero limpia, después, con cuidado bajo
a su niña y la estiro sobre la manta. Sentó junto a la pequeña a su fiel
compañera, tan fiel como lo eran las que dejo atrás. Comieron algo que
llevaban. Ya eran las 10. Miró el cielo, lloró y comenzó de nuevo a caminar.
Sabía que a las 5 de la tarde – como sucede en el trópico-
ya comenzaría a ponerse el sol. Con cada paso que daba le dolía aun más su alma
de mujer, pero de una forma extraña, casi absurda, su corazón se aliviaba. Era
definitivo, ahora si, era definitivo. Allá estaba a lo lejos, otra vez, la
pequeña choza y los otros pedazos de su corazón. Esta vez si era definitivo...